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10 diciembre, 2024

Devolver la mirada

Esta exposición está pensada para un espectador que no sólo acude a una sala de arte para ver obras, sino que es capaz de, durante o después de la visita, verse a sí mismo. David Corvalán, Marcela Moraga, las mujeres del taller textil Suyis Liq´ cau, Carolina Alma junto con las niñas y los niños de la Escuela San Francisco de Chiu Chiu y Jairo Villalobos, todas y todos han pensado en estos términos discursivos. Han ideado piezas no para un espectador que acude a una exposición a ver, sino para uno que no tiene miedo ante la posibilidad de mirar, volver a mirar, y, en última instancia, verse. 

Nuestra pretensión es que algo se inserte, se introduzca, se albergue al interior del público: un mayor conocimiento y cuidado del patrimonio chileno y una sensibilidad hacia nuestras culturas.

En este caso, el patrimonio -tangible e intangible- y la cultura de una pequeña comunidad indígena que habita el desierto de Atacama: Chiu Chiu. 

Durante siglos, aficionados a la arqueología, paleontología, etnografía, amateurs, curiosos, científicos, o coleccionistas han mirado, con los ojos bien abiertos, las cuencas vacías de los restos humanos del cementerio Chiu Chiu. Centenares de cuerpos, cuyo interés reside en el hecho de que han sido naturalmente momificados por efecto del clima y del terreno, han pasado de cajas a vitrinas, de vitrinas a laboratorios, y de laboratorios a depósitos. En los almacenes de museos de Europa, Estados Unidos, y de Chile, permanecen a una temperatura controlada. La comunidad actual de Chiu Chiu quiere devolver la mirada a esos restos exiliados, o, como ellos los denominan, sus abuelos. Y viceversa: los cuerpos extraídos, saqueados, quieren devolver la mirada a sus descendientes: a sus nietos.

Se hablará de restitución simbólica; de repatriar los cuerpos -y los objetos fúnebres con los que fueron enterrados en su día-, de re-enterramientos, de ceremonias y de rituales. Nosotras hablamos de una restitución de la mirada. Creemos que antes que devolver los objetos, los cuerpos o la dignidad, hay que devolver la mirada. 

TOMA DE TIERRA

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Chiu Chiu es un pueblo de Atacama cuya historia se remonta al periodo arcaico medio (6.000-3.500 a.C.), cuando familias nómadas de cazadores se instalan de forma regular en la cuenca de Chiu Chiu. Desarrollan una cultura muy unida a la naturaleza, a los cerros tutelares, llamadlos mallku, al agua, a los animales y al cielo y a las estrellas. Realizan ceremonias y rituales en honor a las montañas y los volcanes, y como llamado a la fertilidad. Desarrollan una lengua, el Kunza. Chiu Chiu, en Kunza, significa “pájaro local”. 

Conciben la vida más allá de la muerte, y por ello equipan a quienes fallecen con alimentos, ropa, coronas, plumas, armas como flechas, tablillas de alucinógenos y elementos textiles y de alfarería. Algunos son enterrados en el interior de vasijas, con las piernas recogidas, otros directamente en la arena. 

En el período intermedio tardío (950 a 1.450 d.C.), por motivo de la sequía, las familias se agrupan cerca de cuerpos de agua, y construyen fortificaciones llamadas pukarás, para defenderse de otras comunidades cercanas. El actual cementerio -o gentilar- indígena de Chiu Chiu, cercano al pukará, pertenece a este periodo. 

El territorio en el que vivían es anexado por el Imperio Inca, y posteriormente, por los españoles, quienes imponen su forma de vestir (prohibiendo el uncu, el poncho precolombino), su religión (modificando los enterramientos, entre otros rituales), y su lengua (erradicando el Kunza). Fundan un nuevo establecimiento, una aldea que es en la que actualmente se ubica Chiu Chiu. 

Desde la conquista y evangelización española, viajeros, aventureros y científicos provenientes de Europa visitaron Chiu Chiu. Atraídos por la riqueza de su arqueología, y por las joyas de cobre, comenzaron a sustraer objetos que enviaban a los museos del Viejo Mundo. A partir del siglo XVIII, desenterraron con mayor abundancia tumbas para buscar el ajuar funerario y a sustraer restos humanos, sorprendidos por el buen estado de conservación debido a las condiciones climatológicas y a las características de la arena.

Una herramienta básica fueron las descripciones de los primeros visitantes y los mapas. Desde el «Compendio y descripción de las Indias Occidentales» publicado por el misionero carmelita Antonio Vásquez de Espinosa en 1629 (en el que denomina la zona como “San Pedro de Chiochio”), hasta el mapa trazado en 1775 por Juan de la Cruz Cano y Olmedilla. La cartografía tenía una misión: limitar las propiedades de la corona y ubicar las posibles fuentes de riqueza. 

Tras la independencia de Chile de la corona española en 1818, se desencadenaron disputas con Bolivia, que reclamó como suya la zona norte de Atacama. Con Chiu Chiu bajo control boliviano tuvo lugar el “caso Ried” (Ballester, 2021), y comienza un periodo de mercado de restos humanos momificados. Es el primer y más antiguo registro conocido de la colecta de objetos precolombinos desde Chiu chiu, reconocido en el periódico escocés Chamber´s Edinbourgh Journal en 1851. El Dr. Ried era inspector general de los hospitales militares de Bolivia y escribe a un amigo de Regensburg, donde se había educado, para enviarle para al museo de la Sociedad Zoológica de dicha ciudad dos restos humanos extraídos del cementerio de Chiu chiu. Escribe Ried: “Los habitantes deben haber muerto de hambre, por cuanto nosotros caminábamos por encima de cráneos y huesos. Todos los orificios y rincones están repletos de ellos.” (1851: 159). Los restos humanos permanecieron en Regensburg hasta que fueron destruidos tras los bombardeos aliados durante la Segunda Guerra Mundial en la ciudad en marzo de 1945. Entre 1879 y 1883 tiene lugar la Guerra del Pacífico, tras cuya conclusión Chiu Chiu vuelve a pertenecer a Chile. Después del conflicto, el país promueve un periodo de nacionalización, que es asumido por las comunidades indígenas atacameñas. Desde entonces preferirán ser asociadas e identificadas con la práctica campesina que con su origen etnológico. 

Se produce en la región el desarrollo de la minería de forma industrial, con la apertura de minas por parte de capital británico a lo largo del desierto. Primero, con la industria del salitre, muy abundante en Atacama, y utilizada para fabricar explosivos y crear fertilizantes. Después, con la minería del cobre, que repuntó tras la llegada de los estadounidenses hermanos Guggenheim en 1915 para abrir la mina de Chuquicamata. La extracción de minerales (salitre, cobre y oro) obligó a la construcción de campamentos, oficinas, vías de tren y estaciones, así como a la llegada de cientos de trabajadores, entre ellos, ingenieros europeos y norteamericanos. Muchos de estos ingenieros, en sus periodos de descanso, y con la ayuda de trabajadores de la minería, saquearon tumbas y enviaron sus hallazgos a sus países de origen. Los mismos hermanos Guggenheim enviaron objetos al Museo de Historia Natural de Nueva York, donde se siguen exhibiendo, al lado del conocido “Hombre de cobre”. 

Algunos de esos ingenieros se convirtieron en coleccionistas, y se trataban entre ellos como arqueólogos, como analiza Benjamín Ballester (2024: 33 y 95). Este hecho, la vinculación del extractivismo capitalista con el desenterramiento de restos humanos y objetos arqueológicos, es particular de Atacama, si bien otro fenómeno, este de carácter universal, reforzó el saqueo de los cementerios.

Desde el siglo XVIII las expediciones científicas, financiadas por países europeos, habían surtido a los museos de España, Francia, Italia, Suiza, Suecia y Alemania, principalmente, de objetos precolombinos. En ese contexto tiene lugar la exploración de la Comisión del Pacífico, sufragada por España (1862-1866). Manuel Almagro, uno de los integrantes de la comisión, viajó a Chiu Chiu, excavando el cementerio. Él mismo lo afirma en su “Breve Descripción de los viajes hechos en América por la Comisión Científica enviada por el gobierno de S. M.C. durante los años de 1862 a 1866” (1866), narrando su quehacer en tercera persona: “Practicó allí muchas excavaciones, de las cuales tuvo el placer de sacar numerosas momias, que con mucho trabajo han podido ser conducidas hasta Madrid”. 

Entre 35 y 40 restos humanos fueron desenterrados en Chiu Chiu y llevados a España. No hay claridad con respecto al número de restos humanos identificados, ya que los restos de una madre con su bebé fueron registrados como uno sólo, hubo otros restos humanos de otras ubicaciones en el envío, y donaciones posteriores. Actualmente cuatro restos humanos están ubicados en el Museo de América de Madrid, treinta y uno en el Museo Reverte Coma de Madrid, cinco en el Museo Nacional de Antropología y uno en el Museo de Ciencias Naturales de Valladolid, además de centenares de objetos que Manuel Almagro saqueó de las tumbas. 

El saqueo nacional se incrementa de forma exponencial a mediados del siglo XIX, cuando el norte de Chile pertenece a Perú y Bolivia. En la guía del Museo Nacional de Chile de 1878 se afirma que dos momias de Calama fueron donadas por Néstor Calderón y por Isidora Zegers de Huneeus (Alegría, Gänger y Polanco, 2009: 120). 

Años después, en 1886, Samuel Valdés, en su estudio Minero-Agrícola presentado al Ministerio del Interior (Valdés, 1886: 184-185), confirma el expolio y comenta lo siguiente: “Los cementerios de los pueblos citados se refiere al de Chiuchíu y Lasana, han suministrado siempre para los distintos museos de Europa y de Estados Unidos, muchos restos humanos y una multitud de objetos i tejidos diversos, propios para los estudios de raza, de usos i de costumbres de dichos pueblos.” La exhibición pública de lo que arqueólogos, aficionados o no, desentierran de los cementerios atacameños no se constriñe a los museos foráneos: también las instituciones nacionales llenan sus vitrinas con ellos. 

En 1885 el naturalista alemán Rodulfo Philippi (quien se estableció en Chile en 1851) afirma en un artículo que su hijo Federico trajo de su viaje a Tarapacá “dos momias enteras de Atacama”, sin especificar su origen (Philippi, R. 1885: 1006-1013). En otra publicación posterior, “Desierto y Cordilleras de Atacama” (1896), Francisco Javier San Román atestigua otra exhumación: “En Chiu Chiu, lugarejo de unos 500 habitantes, situado a inmediaciones de la confluencia de los ríos Loa i Salado, presentóse la ocasión de interesantes visitas a los cementerios de indígenas, consiguiendo obtener cuatro momias completas, en buen estado de conservación (…) a todo lo cual ha dado colocación el Dr. Philippi en la correspondiente sección del Museo Nacional.” Philippi, que fungió como director del Museo Nacional de Historia Natural de Chile entre 1853 y 1897, gestionaría la llegada, cuidado y exposición de numerosos objetos provenientes de Chiu Chiu. 

Los desenterramientos continúan en los gentilares. Hay registros que confirman el envío de restos humanos de Chiu Chiu desenterrados por Friederick Bayer en 1892, quien los envió al Museo Etnológico de Berlín (Ballester, 2024c: 53). En 1894 Albert de Dietrich excavó un cementerio de Chiu Chiu y el material obtenido (Ayala, 2022: 202), entre el que había restos humanos, fue posteriormente regalado al Museo Etnográfico del Trocadero en París y al Museo Zoológico de Estrasburgo. Posteriormente hay registro de saqueos por parte de dos chilenos, Ricardo Latcham, en 1902 (cuyos resultados envió al Museo Nacional de Historia Natural de Santiago), y Aníbal Echeverría y Reyes, de quien existe registro de recolección de casi 500 piezas arqueológicas de Chiu Chiu, entre ellas restos humanos. Se sabe que envió varias de las piezas al Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires, pero el paradero de todo lo afanado es de difícil rastreo (Ballester, 2023: 40). 

Fue muy influyente en el terreno de la arqueología y la etnología la labor en el país de Max Uhle, contratado por el gobierno chileno en 1911 para organizar el museo arqueológico de Santiago. Proveyó de colecciones tanto al Museo Nacional de Santiago como a museos en Alemania (Ayala, 2008, 2014 y 2022). En 1912 viaja a Chiu Chiu y desentierra objetos y restos humanos. Es muy probable que el Museo Etnológico de Berlín, dirigido por Adolf Bastian (quien viajó a Cobija en 1876, y supo de la existencia de Chiu Chiu) recibieran restos humanos Chiu Chiu. El cónsul de Alemania, Volkmar, regala, además, un conjunto de restos humanos a Bastian (Ordoñez, 2019b: 133). Fardo funerario que actualmente está en los depósitos del Museo Etnológico de Berlín (Ballester, 2024c: 53).

Ese mismo año 1912 el ingeniero sueco Claus Royem, junto con dos otros ingenieros, saquearon varias tumbas, donando lo exhumado al Museo Etnográfico de Oslo (Pizarro, 2010: 18). En 1925 el alemán Hermann Eggers desentierra en un cementerio de Chiu chiu, haciéndose incluso una fotografía posando orgulloso con seis restos humanos completos y decenas de cráneos y restos óseos. Lo recolectado fue enviado al Museo de Etnología de Hamburgo. El año siguiente, Eggers acompaña a Henry Windsor Nichols, del departamento de Geología del Field Museum de Chicago, y desenterraron restos arqueológicos de tres cementerios precolombinos de Chiu Chiu, advirtiendo que dos de ellos tenían la “superficie cubierta de momias y objetos rotos de gran variedad” (Ballester, 2024b: 142-143). Lo recogido por Nichols fue enviado a la colección de Chicago. 

En 1938 el arqueólogo sueco Stig Rydén, en camino a Bolivia, visitó la región y adquirió por el precio de veinte libras la colección del ingeniero Rudershausen, que trabajaba en Chuquicamata, y que había excavado los objetos del cementerio de Chiu Chiu. La colección fue enviada por Rydén a Suecia, al Museo de Gotemburgo, y contaba con 409 ítems. Hoy forma parte de la colección del Museo Världskulturmuseet. Entre ellas, una valiosa coraza de cuero (Muñoz, 2022).

A partir de 1940 visitaron Chiu Chiu arqueólogos aficionados como Francisco Cornely y Jorge Iribarren, o académicos extranjeros, como o Grete Mostny, quien se quedará a residir en Chile y a trabajar en instituciones nacionales (Ayala, 2022: 202). Mostny -más conocida por su estudio del hallazgo del Niño del Cerro del Plomo-, en 1945, cuando ejercía como jefa de la sección de Antropología del Museo Nacional de Historia Natural, excavó una tumba del cementerio Chiu Chiu. Según su análisis, era la última tumba sin saquear del gentilar, que había sido completamente vaciado en diversas extracciones anteriores. Publicó sus conclusiones, así como un pormenorizado análisis de los objetos encontrados, en Una Tumba de Chiu-Chiu (1952), un influyente artículo que difundió la cultura Chiu Chiu y nuevas descripciones de los rituales funerarios. 

Siguieron las excavaciones en la década de los 50. Monseñor Angelo Campagner, durante su estadía en Chile (1949-65), reunió una importante colección arqueológica, ya sea a través de sus propias excavaciones en San Pedro de Atacama o a partir de adquisiciones y donaciones. Parte de su colección se encuentra en el Museo del Seminario de Treviso en Italia (Laurencich y Colella, 2008). El ingeniero noruego Gunnar Nergaard excava un cementerio de Chiu Chiu y envía varios ítems al Museo de Oslo, y el también ingeniero de la Chile Exploration Company (anterior Guggenheim Bro.), Emile de Bruyne, excava en esta década en Caspana, Chiu Chiu, Lasana y Turi y dona parte de su colección al Museo Nacional de Historia Natural de Chile (Ballester, 2024c: 274). De Bruyne alertaría en una carta a Grete Mostny, del 12 de marzo de 1968, acerca del saqueo en Chiu Chiu: Sugiero entonces que en su capacidad y con su autoridad, escriba una carta oficial al administrador de aquí, Señor E.W. Witcomb, diciéndole, sin nombrarme, que usted sabe de los abusos que están sucediendo en los sitios que están declarados Monumentos Nacionales, como son los Gentilares, ruinas, petroglifos, etc. Junto con esa carta, le enviaría un “Aviso” para ser publicado en nuestro Chuqui y en los periódicos locales de Calama, advirtiendo a cualquier posible vándalo de mantener sus manos alejadas y dándoles a saber de las penalidades previstas por la Ley local. Nosotros habíamos publicado una noticia similar algunos años atrás con relativos buenos resultados. Si esto pudiera ser hecho ahora bajo su autoridad, yo creo que podría resultar, al menos temporalmente (Garrido y Vilches, 2024: 373). En otra misiva de la misma fecha, Bruyne insiste: “El lugar parece como un campo de batalla fuertemente bombardeado, las momias y sus partes están por todas partes, es, en una palabra: terrible. Minou y yo vamos de vez en cuando y re-enterramos las momias, pero la vez siguiente allí están de nuevo, las mismas u otras, como si ellas prefirieran estar al sol más que en sus oscuras fosas…” (374).

Y en el año 1952 aparece en escena un personaje tan polémico, que aún hoy divide la opinión de atacameños y especialistas. Llega a Atacama Gustavo Le Paige. En 1957 inaugura el Museo Arqueológico Le Paige. Se dice que llegó a desenterrar hasta 400 cuerpos momificados en la zona del rio Loa y de San Pedro de Atacama. Según el libro de Jorge Pávez Laboratorios etnográficos. Los archivos de la antropología en Chile (1880-1980), Le Paige utilizó niños atacameños para conseguir la colección de momias que más tarde sería donada al museo de la universidad Católica del Norte. 

La investigadora Patricia Ayala también analizó la labor y las consecuencias del modus operandi de Le Paige: “Estos niños eran convencidos por La Paige de que el tabú de su cultura hacia los muertos y los cementerios era solo superstición de los mayores para luego ser recompensados, por el mismo La Paige, con regalías materiales (monedas o ropa) por cada momia traída, viéndose así muy maltrecha la ética del jesuita.” (2008). En 1976 donó tres conjuntos de restos humanos al Museo de América de Madrid (un adulto y dos niños, de Arica y de San Pedro de Atacama) y otras 201 piezas, una donación cuya intención era la de estrechar lazos entre dos dictaduras: la de Franco y la de Pinochet, hacia la que Le Paige sentía cercanía. Bajo el auspicio de la Universidad del Norte, Le Paige viajó con el rector delegado, el coronel Hernán Danyau Quintana: “La colección fue presentada al almirante José Toribio Merino en Santiago, y siguió rumbo al Museo de América, donde llegó justo un día antes de la inauguración de la Sala Chile.” (Pávez, 2012: 46-47). El diario español ABC dio difusión a la donación con una entrevista a Le Paige, en la que éste afirmaba que “gracias a mis estudios se ha podido establecer sin lugar a dudas que la civilización del hombre americano ha ido paralela a la del europeo” (ABC, 28 de mayo de 1976, pág 45). Un año después de la donación, el tres de diciembre de 1977, el embajador de España en Chile, Luis Arroyo Oznar, otorga a Le Paige la Insignia de la Orden Isabel La Católica, concedida por el Rey Juan Carlos de España.

En este contexto, cabe mencionar que Le Paige fue una de las figuras más relevantes del proceso de patrimonialización en territorio atacameño, en términos de la colonización de los cuerpos indígenas, producto de lo cual los ancestros, denominados “abuelos o gentiles” por los atacameños, pasaron a ser “momias”, “monumentos nacionales”, “registro arqueológico”, “patrimonio”, “otros” o “cosas de indios””. (Ayala, 2008). 

En la década de los sesenta el arqueólogo suizo Jean-Christian Spahni excavó varios cementerios a lo largo del río Loa, y en la actualidad una parte de sus colecciones se encuentra en museos de Suiza (Cabello, 2017). También excavó en Chiu Chiu, pero si es citado en este catálogo es por lo significante de una grabación audiovisual. En 1964, el cineasta Pedro Chaskel filmó una excavación de Spahni en la desembocadura del río Loa. Gracias a esas imágenes, podemos ver cómo eran el procedimiento y la metodología usada en los desenterramientos. Spahni, quien fundó el Museo de Calama, era un enconado enemigo de Gustavo Le Paige. Según se dice, Le Paige forzó su abandono del museo y de Calama por sus diversos desencuentros (Ballester y Richard, 2021). 

En la misma década, realizaron investigaciones de campo en Chiu Chiu José Berenguer, Mario Orellana, Horacio Larraín, Inés Gómez o George Serracino, quien, según el análisis de Ayala, “aportó en la patrimonialización del territorio atacameño y en la continuidad de una arqueología extractivista de cuerpos indígenas hasta bien entrada la década de los noventa” (2022: 203). En 1961 se inaugura el Museo Etnográfico de Chuquicamata por parte de Emil de Bruyne (posteriormente desmantelado), con alta probabilidad de contener restos humanos Chiu Chiu en malas condiciones. Al cerrar el museo, algunos de esos restos van a parar al depósito del Museo de Historia Natural y Cultural del Desierto de Atacama de Calama, donde permanecen hoy. Otros, están en paradero desconocido. En 1963 tiene lugar el Congreso Internacional de Arqueología de San Pedro de Atacama. Pedro Orellana Rodríguez afirma que Percy Dauelsberg había “acampado en Chiu Chiu y excavado algunas tumbas no saqueadas” (1996). Carolina Agüero recoge en un informe que efectivamente Dauelsberg y Lautaro Núñez excavaron en Chiu Chiu ese año, y que todo lo desenterrado fue enviado al Museo San Miguel de Azapa (1999).  

Un hecho que pueda parecer anecdótico, como un viaje de estudios de un instituto, nos dice mucho acerca de cómo se desprotegía el patrimonio y de cómo, en relación a ello, la educación acerca del cuidado y el respeto patrimonial era muy débil. El 16 de febrero de 1965 alumnos de quinto año de Humanidades del Instituto Alemán de Osorno regresan de un viaje de estudios a Chiu Chiu con un resto momificado que

regalan a su exprofesor Víctor Sánchez Aguilera, quien era director del Museo Histórico de Osorno, y quien, lejos de reprender a los estudiantes, acoge y exhibe en una vitrina el resto humano con una mortaja de otra cultura. 

Imaginemos el viaje de ese resto humano en el autobús de vuelta de Chiu Chiu a Osorno. Imaginemos la felicidad del profesor, al recibido como regalo de sus ex alumnos. Imaginemos su orgullo al exhibirlo en su museo. Pensemos ahora en la comunidad Chiu Chiu, descendientes de ese ancestro, condenado por décadas a permanecer en exhibición pública en una vitrina descontextualizada. 

Este recuento de desenterramientos nos deja con varios museos llenos, y cientos de cementerios vacíos. Los saqueadores de tumbas, arqueólogos, aficionados, mercaderes, coleccionistas, investigadores, y un largo etcétera de heterogéneos personajes, respondían a motivaciones variadas. Algunos de ellos desenterraron en Chiu Chiu sumidos en una fascinación febril, se arruinaron, o dejaron su salud en el empeño. Otros, arrastrados por un afán de conocimiento, se cartearon con colegas de todo el mundo para contrastar informaciones, y aportaron nuevas informaciones muy relevantes para conocer la cultura y el pasado atacameño. Citamos los desenterramientos de los que hay registro y confirmación, pero sin duda, esto es tan sólo la punta del iceberg. Centenares de saqueos de los que no ha quedado constancia han tenido lugar, así como compra-venta de restos humanos entre particulares. 

La ciencia del siglo XIX no puede ser enjuiciada bajo los parámetros de la ciencia actual. El escrutinio al quehacer de los profesionales ha de ser contextualizado en su época para poder hacer una valoración ecuánime. Sin dejar de ser críticos con ese proceder, el espíritu de la ciencia imperialista, heredera de la lógica colonial e intervenida por mecanismos capitalistas, imbuida en una asunción de la historia de la evolución sesgada por la dicotomía primitivismo/ilustración. Narrada desde el Primer Mundo, por el Primer Mundo, y para el Primer Mundo. 

Existe una expresión que aún hoy se utiliza en Atacama: cuando la tierra “te pesca”, o “te toma”. Se vincula con la supuesta maldición que aflige a todo aquel que interrumpa el viaje eterno de los fallecidos. La leyenda de la maldición que acosa a los saqueadores de tumbas hasta su muerte, usualmente en extrañas circunstancias. Atribuida a la muerte de uno de los exploradores de la Comisión del Pacífico, Fernando Amor y Mayor, quien falleció en 1863 tras contraer una enfermedad en el desierto: “El Sr. Amor contrajo una enfermedad del hígado, en mayo de 1863; en el desierto de Atacama, y falleció de sus resultas, en el mes de octubre del mismo año, en San Francisco de California.” (Almagro, 1866). 

En una carta escrita por Spahni a Grete Mostny el 30 de abril de 1962, el arqueólogo suizo da cuenta de un extraño virus que contrae, según afirma, en una tumba: “Hace ya un mes hoy que estoy enfermo. 15 días en Calama y 15 días en el lujoso hospital de Chuqui donde soy tratado por el mejor médico (Dr. Bradford). La primera semana la pasé malísimamente pues soy un hombre del campo, de la naturaleza y me resultaba difícil adaptarme a la vida de un hospital. Pero no tuve más remedio que tomarlo con calma y resignación. Me examinaron por todas partes, haciendo un análisis completo de cada centímetro cuadrado de mi cuerpo. La superficie quedaba reducida, desde luego, pues perdí 12 kilos de un viaje… y llegaron a la conclusión que yo padecía de un ultra-virus, todavía desconocido, que cogí en una de las famosas tumbas de Lasana. Este atacó mi sistema nervioso provocando una parálisis facial (70%) del cuerpo: las dos piernas, parte del brazo derecho, mueca y cara.” (Garrido y Vilches, 2024: 273).

En mi visita a Chiu Chiu, en noviembre del 2023, Pepe Hrepic, hijo de la conocida fabriquera de la iglesia, Cristina (fallecida en el 2022), me relató diversas historias orales difícilmente contrastables. Una de ellas cuenta el inexplicable final de un regimiento de carabineros establecido en Chiu Chiu durante la dictadura militar. El destacamento desenterró varios cráneos del cementerio, y, según la leyenda, jugó al fútbol con ellos. La mañana siguiente despertaron todos ellos muertos en extrañas circunstancias. Cristian Becker también me transmitió en una conversación mantenida en julio del 2024 una afirmación que le relataron en su estancia de investigación en Chiu Chiu: que durante la dictadura se dinamitó parte de un gentilar, destruyendo así innumerables conjuntos de restos humanos. 

Jorge Pávez hizo un resumen de testimonios que van en una línea similar, con habitantes de atacama alertando a los niños de “no jugar con los abuelos” ante la certeza de enfermar si lo hacen, la afirmación de que museógrafas del Museo de América de Madrid enfermaron por contacto con unas momias que manipularon para una exposición de 1976 (2012: 47). Para coronar la leyenda, muchos han difundido la especulación de que la muerte de Gustavo Le Paige, quien falleció en 1980 muy delgado tras combatir un cáncer de páncreas, se debe a la maldición: murió “seco como una momia – refieren algunos –, su cuerpo despedía polvo mientras agonizaba” (Finola, 2016: 12). 

Aun hoy continúa activo el necro-turismo. La atracción por encontrar y ver restos humanos, y cuanto mejor sea su estado de conservación, más alta es la recompensa. Dado que el gentilar de Chiu Chiu, por el efecto del tenaz y constante viento, cada día aparece un nuevo resto humano desenterrado, muchos son los visitantes que, o bien los manipulan, o los fotografían. Y aún hoy hay quien se lleva a su casa, como trofeo, un resto óseo del cementerio. En internet circulan videos de influencers y tiktokers posando sonrientes frente a los cadáveres, recompensados por los likes, los emojis y los comentarios elogiosos de sus seguidores. Es una lógica extractivista del turismo y de la relación entre los visitantes y Chiu Chiu.

La comunidad de Chiu Chiu no puede controlar este flujo de visitantes. Todo ello ocurre mientras se lidia con otro extractivismo, el de la industria minera, el del litio, que se une a la del salitre y la del cobre. Utilizando un término de Macarena Gómez-Barris, en Atacama se instala una “zona extractiva”, un lugar que ha sido reducido por acción del capitalismo colonial a suministro de recursos, incluyendo toda vida que lo habite. Las empresas sondean nuevos terrenos sin saquear, bajo la única obligación de permitir que, previa extracción, equipos de arqueólogos profesionales exploren ante la posibilidad de que más restos arqueológicos aparezcan. La minería industrial continúa dañando y causando estragos en Atacama, secando los recursos de agua, degradando el medio ambiente, y poniendo a largo plazo en peligro los ingresos económicos de los pueblos del desierto dedicados en gran medida, aún hoy, a la agricultura y la ganadería. Las empresas mineras blanquean su actividad financiando construcciones deportivas o culturales. 

Se toman la tierra hasta secarla, y solo pararán cuando no quede ni una sola roca u objeto que pueda tener un mínimo valor económico en el mercado. Salitre, cobre, litio y huesos humanos. Hasta los muertos, hasta la muerte.  

Juan José Santos

Curador

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